Parece que la publicación del periódico Crónica de Fuerteventura en el que estaba publicando mi columna Bajo el adoquín está el jardín ha "sufrido" un pequeño parón debido a las fechas navideñas y ya se encuentra en marcha. Hoy he enviado mi próximo artículo titulado La fotografía a través de Serge Tisseron. Aquí dejo el artículo de opinión.
Los textos sobre fotografía como técnica o como medio de expresión no son ninguna rareza bibliográfica, sin embargo, los textos sobre la escencia misma de la fotografía, de lo que significa el acto fotográfico, no son tan abundantes . Por ello, me atrevo a dedicar unas líneas a un terreno tan pantanoso y subjetivo como es el de la fotografia entendida como acto e instrumento para enfrentarnos con el mundo, a través de una reflexión personal y después de conocer algunos escritos sobre el acto fotográfico de Serge Tisseron, psiquiatra y psicoanalista francés.
Empezaré por la idea de la transformación o subjetividad de la imagen que comenta Tisseron, es decir, el producir una imagen que una vez representada se convierte en otra a través de “la mirada del otro”. Es interesante esta idea de que sea el espectador de una imagen el que la culmine, el que la dote de su significado último.
Creo importante en el proceso creativo tener en cuenta y jugar con esa “mirada del otro”, es decir, que lo que representemos en una imagen o en una serie de imágenes relacionadas entre sí, se conviertan en las historias de otros. Es esa idea de generar imágenes, con tu propia percepción del mundo y lo que te rodea, para luego “abandonarlas” para que otros las hagan suyas, para que se apropien de ellas y las interpreten según sus vivencias particulares. Es como bien dice Tisseron, una forma que tiene el espectador de asegurarse su propia existencia.
El siguiente aspecto respecto a las ideas de Tisseron, es el que expone cuando comenta que “la fotografía no debe intentar la integración del mundo sino que, por el contrario, debe constatar su desintegración”. Esa concepción del acto fotográfico como una acción para recordarnos la desintegración de todo lo que nos rodea, de su inevitable desaparición, es la esencia misma de la fotografía. Como comenta Roland Barthes en su libro La cámara lúcida, dejaremos realmente de existir cuando ya no quede una sola imagen en el mundo de nosotros.
La relación que establece el autor entre el placer de la contemplación fotográfica con esa fantasía que nos abarca del deseo de haber estado allí, es una relación bastante interesante debido a su alusión de traspasar el tiempo, viajar en él. La fotografía nos permite (y por ejemplo, propongo la fotografía familiar) transportarnos aunque sea visualmente, a los tiempos de nuestros abuelos, ver el entorno en el que vivían, cómo ha cambiado la ciudad o el pueblo en el que ahora vivimos nosotros, y esa transportación no sería posible sin la fotografía, ya que un edificio o estructura antigua podría acercarnos de una forma melancólica a “lo que podría haber sido aquello”, pero no nos ofrece una visualización de cómo eran sus habitantes, o con qué se relacionaban, con qué herramientas contaban para el día a día. Si un edificio antiguo nos ofrece parte de esa información, la fotografía nos ofrece más que eso, nos ofrece un sentimiento del tiempo con respecto a la casa, los objetos y las personas que una vez estuvieron allí.
Creo que los conceptos de huella y rastro remiten muy bien a lo que tiene de “personal” la fotografía. La fotografía documental podría ser un ejemplo de huella fotográfica, pues registra un hecho, una acción, un testimonio, un fragmento de la realidad que todos podemos ver, sin embargo, el rastro es lo que podría denominarse el lado abstracto de la fotografía, es decir, son elementos externos a lo puramente formal. Serían aquellas fotografías que nos producen ese Puctum del que Roland Barthes hablaba, “ese algo” de la imagen que nos produce un pellizco en el estómago y que puede ser generado a través de una atmósfera, un elemento extraño o siniestro a la manera freudiana, una determinada luz, una pose, un instante mágico o sorprendente, un encuadre, una composición, una sombra.
Un ejemplo de este lado abstracto de la fotografía, de este lado que me atrevería a denominar incluso como espiritual de construir fotografías, sería el ejemplo que utiliza Tisseron sobre la fotografía en la que Barthes “encuentra” a su madre, “cuando se reencuentra con ella”. Esa comunicación que Barthes mantiene con su difunta madre a través de una fotografía en la que aparece ella de niña, a una edad en la que Barthes nunca la podría haber conocido, es ese lado espiritual de la fotografía a la que me refiero, en cómo en una imagen alguien puede encontrar algo tan complejo como es la esencia misma de una persona. El Puctum de la fotografía de la madre de Barthes, es su madre misma, no su madre-cuerpo, sino su imagen, el sentimiento y el apego que tenía Barthes de su madre.
La idea del estilo fotográfico es uno de los principales alicientes de un buen fotógrafo. Lo realmente interesante no es reconocer a un fotógrafo en su fotografía, sino reconocer una fotografía de un fotógrafo, es la búsqueda y construcción de un lenguaje propio ,(¿y acaso no toda creación se basa en la creación de un lenguaje?) se registra, se capta mirando, no viendo. Debemos reconocer al fotógrafo en la imagen, ya sea mediante la luz, objetos que se repiten en la obra de ese fotógrafo, mediante la composición o los ambientes construidos, pues de alguna formacada fotografía, si se ha realizado mirando, es un autorretrato.
Otro punto que llama la atención en torno a las paradojas que comenta Tisseron, es el de la relación de fotografía y muerte, como por ejemplo el hecho de que los líquidos que se utilizan para revelar fotografía analógica hayan sido utilizados por los antiguos egipcios para el embalsabamiento de sus difuntos. Esa relación produce más que escalofríos, pues la relación que mantiene la fotografía con la muerte en este caso, es más que directa. O el juego de palabras que relacionan el revelado fotográfico con la idea de la “revelación divina”, que aunque no dejan de ser meros juegos etimológicos, creo que son fuertes impulsadores de metáforas.
Por último, reconozco mi gusto por la definición de la cámara fotográfica como una depredadora. Las mismas definiciones para hablar de la acción fotográfica se relacionan con lo agresivo, como cuando hablamos del disparador, pues la misma palabra alude al asesinato o al crimen. Esa visión de la cámara como una depredadora que devora al mundo, que extrae fragmentos de un todo, remite a la vulnerabilidad humana, pues nosotros mismos podemos ser devorados, al igual que lo hace la cámara con el mundo o la realidad, por “la mirada del otro”.
Nazaret Umpiérrez del Río
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